Del Fuego a la Creación

Los incendios de este verano son una herida abierta.

Por Claudia Benitez

HoyLunes – ¿Cuánta naturaleza y cuántas obras humanas desaparecen a causa de los incendios de estos últimos años? Cada verano se hace más intenso y, con él, el fuego destructor. Nuestra vida se está transformando y, aunque nos neguemos a ver esos cambios, ellos se están produciendo. Esta realidad nos la recuerda el arte, mostrándonos que incluso en la ceniza hay posibilidad de renacimiento. Cada mural pintado en un pueblo arrasado, cada escultura hecha de madera quemada, cada fotografía que capta la huella del fuego, es también un gesto de resistencia.

A pesar de la imposibilidad de recuperar lo perdido, la resiliencia de la creación nos permite afirmar que, aunque el arte no apaga incendios, puede iluminar sus consecuencias. Nos permite sentir, comprender y recordar. Y, sobre todo, nos impulsa a imaginar un futuro en el que la creación supera la aniquilación.

Entre las cenizas, la memoria se abre paso. Fotografía: Alexandre P. Junior

Los incendios nos recuerdan algo que preferimos olvidar: que nada está asegurado, ni siquiera aquello que creemos eterno. No solo desaparecen montes y animales; personas también se pierden archivos, colecciones, pequeños tesoros familiares. Una biblioteca puede arder en minutos, un cuadro puede consumirse en humo, una vida entera de trabajo artístico desvanecerse sin dejar rastro.

Ya no son episodios aislados. Se han convertido en una constante de los veranos contemporáneos, alimentados por sequías prolongadas, olas de calor extremas y la crisis climática global. Solemos pensar en ellos como tragedias ambientales bosques, fauna y hogares destruidos—, pero también arrasan con parte de nuestro patrimonio cultural: edificios, bibliotecas y tantas otras creaciones son las que desaparecen bajo el fuego.

La huella del fuego, memoria viva frente al olvido. Fotografía: Laureen Raftopulos

Cuando una creación arde, no solo se pierde un objeto. Se extingue una memoria, un relato, un fragmento de nuestra identidad colectiva. El incendio es, entonces, también un borrador de la historia. Ese vacío es tan feroz como el de los bosques arrasados. Y, sin embargo, de ese vacío también surge la urgencia de crear de nuevo, de volver a nombrar lo perdido, de sostener la memoria en otras formas.

Claudia Benitez

En estos momentos, el arte se convierte en un espejo que nos obliga a mirar la herida, pero también en una alerta que exige responsabilidad. El arte registra y denuncia. Los artistas no se limitan a representar las llamas como espectáculo visual: transforman la catástrofe en testimonio y construyen una nueva visión de nuestro mundo.

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